Todo empieza con una noticia y dos palabras “estás embarazada” o “es positivo”. Desde que te confirman que serás mamá tu vida no vuelve a ser la misma. Algo grandioso comienza a gestarse dentro de tu cuerpo, un corazón nuevo late en tu interior. Regalas vida. Nutres y cobijas a esa persona pequeña que dará un vuelco a tu existencia, y te sientes dichosa.

A las pocas semanas empiezas a percibir burbujas en tu vientre, son los primeros movimientos de tu bebé. Con el paso de los meses se vuelve más fuerte, y a pulso de patadita empiezan tú y tu pequeño hijo o hija a comunicarse. Tu cuerpo cambia, se transforma de manera generosa para proteger a ese ser diminuto. Está preparado para este momento desde que naciste y completas el maravilloso ciclo de la procreación.

Dar a luz, una experiencia de riqueza y entrega total

Claro, es un reto físico supremo. Sin embargo es un esfuerzo que trae consigo el milagro humano por excelencia. En el instante en el que ves a tu bebé por primera vez trazas la ruta del vínculo más poderoso que puede tenderse entre dos seres. Él o ella reconocen el timbre de tu voz y deja que éste lo arrulle. En tus brazos se siente seguro, reconoce los latidos de tu pecho. Al acunarlo por primera vez tu comprendes la razón última de tu existir. En ese momento da inicio el resto de tu vida. Cada día y cada noche suceden en función de tu rol de mamá. Cada segundo es una aventura deliciosa. Muchos cambios suceden en tu organismo durante el embarazo y mientras amamantas a tu chiquito. Sin embargo, también te cambia el alma. A partir del momento en el que tienes la certeza de tu maternidad, la visión del mundo y del futuro cambia.

La proyección, las prioridades, los sueños tienen un nuevo significado. Este bebé te regala la oportunidad de construir familia.

 

Es un gozo inigualable acariciar la piel suave de tu pequeño.

Besarlo es experimentar la felicidad en su estado más puro. Ver como su mirada es cada vez más vivaz, más atenta y escuchar sus primeros intentos por expresarse, es grandioso. Desde sus primeros meses perfeccionas el singular arte de comunicarte con tu pequeño. Es un lenguaje único. Una oportunidad de aprender algo nuevo, una y otra vez. A través de esas sensaciones reconoces cuan inagotable puede ser tu capacidad de amar.

 

La maternidad es una escuela generosa y constante.

Brinda lecciones de todo tipo en sus diferentes etapas. Es una aventura asombrosa acompañar a tu pequeño durante sus vivencias. Sus primeros pasos, su constante descubrimiento de las cosas simples, su asombro ante ellas. Cada una de esas experiencias va moldeando al pequeño, pero también a ti. Caminar por sus primeros años a su lado te regala la oportunidad de dar y darte sin reservas, de recibir a manos llenas. Es así como fortaleces el vínculo sagrado que te une a él. El tiempo transcurre sin interrupciones y con asombro ves como aquel bebé va creciendo. Como madre atravesarás distintas etapas, cada una tiene su gracia y sus retos. Vívelas al máximo. Tus emociones se transforman en motores al servicio de tus hijos, procuras su bienestar en todo momento. Brindar esa protección es instintivo y espontáneo. Una maravillosa forma de dar y recibir amor.

 

El aprendizaje es una constante.

Cada día que transcurre en tu relación con los hijos, te sorprende con aprendizajes siempre nuevos, variados. Son lecciones que sacan lo mejor que llevas dentro. Es un desafío formar sus caracteres, puedes influir, trazar normas y aconsejar, pero jamás los definirás. Y aceptar esa verdad es parte de la sabiduría implícita en tu condición de mamá.

 

Nuestros hijos crecen, tienen hambre de independencia, de experimento, de libertad. Como madres nos toca dejarlos ir cuando sea oportuno, aconsejar, acompañar. Con asombro reconocemos que en esta maravilla de la maternidad, siempre habrá algo nuevo por descubrir y por entregar.

Ser madre es un regalo, pues se descubren muchas formas de completarse.

 

 

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